Había nacido el 25 de septiembre de 1929 en Colegiales, Soriano fue un niño que siempre quiso ser actor y vaya si cumplió ese sueño. Así lo recordó en una de sus última entrevistas, cuando se subía a los tranvías para viajar al centro y todo por un sueño: ver teatro. Era tanta la pasión que los boleteros ya lo conocían y le daban una buena ubicación. Después de dos horas, Pepe volvía al barrio, junto a su casa vivía el poeta Raúl Gonzalez Tuñón y caminaba Zully Moreno. Anduvo por esas calles hasta que cumplió 18 años y se mudó. El niño se hizo hombre y en 1947 debutó como actor amateur en el club Alarcón.
Se presentaba en pueblos pequeños “que no tuvieran más de mil habitantes y donde no me pudieran encontrar: trabajaba, llenaba y rajaba”. Actuó en bares, en estaciones de servicio, en andenes de ferrocarril, en patios de escuelas y comedores comunitarios. La obra terminaba con él ofreciendo un pedazo de pan. “El pedazo de pan es esencial en mi vida, porque en esta casa había pan y el pan tenía un valor: el del afecto”. Lejos de sentirse héroe, siempre se supo humano. “Sentí mucho miedo. Tenía dos hijos. Volvía a Buenos Aires, les daba la plata y me iba. Dormía donde podía. Me detuvieron tres veces”, recordó como un ejercicio colectivo, para no olvidar.

En plena dictadura eligió quedarse y en democracia decidió irse. En 1987 le surgió una posibilidad de trabajo en España y para allá marchó, hasta que volvió en el 92. Y al respecto reflexionaba en dicha entrevista de 2021, entre tantas historias de gente que sentía que la única salida se encuentra en Ezeiza: “No hay que irse. Vayas donde vayas, salvo que seas gerente de una multinacional, sos el extranjero y vas a pagar el precio”.
“Pero yo extrañaba mi historia. Con Alterio nos juntábamos a tomar un café y nos señalaban como ‘los argentinos’. Caminaba por calles que no conocía”. Era el tiempo donde iba a una reunión de actores, escuchaba sus historias pero no podía contar la propia porque eran del Río de la Plata. “Un día le dije a Diana: ‘Siento que me quiero morir en la Argentina”. Fue una señal.
La llamó a su hermana y le pidió que no vendiera la casa de la infancia, que volvería para vivir aquí. “En 15 días regalamos todo lo que habíamos juntado esos años, y nos volvimos”. Argentina no lo recibió con los brazos abiertos. “Me costó conseguir trabajo, acá la memoria es frágil”, sintetizó. Pese a los pesares jamás se arrepintió y siempre reivindicó su país: “Este es mi lugar. Acá tengo derecho a insultar, a agradecer, soy libre”.

Después de haber conocido golpes y revoluciones, éxitos y fracasos, broncas y aplausos, Soriano mantenía un sueño intacto, no propio sino para todos. “Deseo ver a la gente con buen humor, con trabajo, que todos vivan bajo un techo y no una lona. Nadie elige dónde nace y casi todos morimos contra nuestra voluntad. Quiero simplemente que todos vivamos con dignidad”, y recitó unas palabras de Ernesto Cardenal, que hoy resuenan como un epitafio: Debemos hacer aquí un país. Estamos a la entrada de una tierra prometida. De esta tierra es mi canto, mi poesía”.