Pan y circo son parte del mismo combo. Ya lo sabían los romanos y el resto de los reinos y pueblos lo fuimos aprendiendo en el camino. Ahora, el circo y la tremenda porción de pan que lo acompaña se estacionaron en Qatar. Y en cada pueblo por donde pasa el extraordinario espectáculo de la FIFA, no solo da alegría a los suertudos presentes sino a cientos de millones más que lo siguen desde sus sillones o sus sillitas. Cuando la gira de cada cuatro años toca en tierras más descontaminadas, el espectáculo transcurre alrededor de la pelota; cuando viaja más lejos, como es en este caso hasta el Golfo Pérsico, destapa y deja ver la suciedad por debajo de la alfombra. Y es ahí cuando la FIFA, que debería ser apenas un organizador neutro, se convierte en un árbitro déspota para que la masa esponjosa de miles de millones de panes no se vaya a apelmazar.
Prohíbe que los equipos se manifiesten en favor de los derechos de las minorías. Permite que matones enviados por el régimen iraní golpeen a sus compatriotas que se atreven a mostrar las atrocidades que se cometen en Irán. Si sus jugadores no cantan el himno en Doha, sufren sus familiares en Teherán. Si los alemanes se tapan la boca porque la FIFA no quieren que hablen de lo que sucede, los amenazan con no dejarlos jugar nunca más. Si los fans galeses quieren ir a la cancha con unos sombreros de colores del arco iris, se los quitan los guardias de seguridad porque eso puede ser visto como un apoyo a la comunidad LGBTQ que es reprimida hasta con la muerte en el pequeño emirato qatarí. Para compensar a los trabajadores inmigrantes que perdieron a decenas de sus compañeros en las construcciones de los estadios, les dieron entradas para ver los partidos por televisión en un perdido campo de cricket.
La FIFA sabe que tiene que tener todo a raya para que no se le descomponga la masa. Son mil millones de dólares que están en juego. Tal vez más, es uno de los mundiales más redituables que jamás haya tenido esta federación de presidentes de equipos de fútbol. Un organismo que no sabe ya que hacer con la ministra de Deportes de Australia, Anika Wells, que acompaña a la delegación de su selección para mantener “un diálogo permanente con mi contraparte qatarí” y asegurarse que se respeten los derechos de sus futbolistas. “El deporte es tan político como la política”, dijo. “Y las personas que tratan de mantener la política fuera del deporte son las que actualmente tienen el poder y buscan mantener ese poder contra otros que tratan de ocupar su lugar y dar a conocer su voz, por eso soy tan fuerte en los derechos de los atletas”.
Tampoco hay que minimizar la influencia política que tienen los mundiales en los países que participan, particularmente en los que el fútbol es pasión. El que lleva la copa, siempre es recibido con pompas por el poder político de turno. Si es autoritario o dictatorial, mejor. Videla levantando la copa dorada en el Monumental es un buen ejemplo. Arabia Saudita gana el primer partido –ya me olvidé a quién- y Bin Salman, el magnánimo, decreta feriado. Sudáfrica recibió el espaldarazo que tanto se merecía Nelson Mandela en 2010. Varios presidentes de las asociaciones del fútbol de los países que regresaron con algún premio o algún consuelo, terminaron siendo candidatos a cargos políticos. Hay muchos jugadores que llegan a las mismas posiciones.
En Argentina, que es uno de los países donde se mide el impacto que puede tener el mundial de fútbol en el humor político. Según una encuesta de la empresa Política y Opinión Pública, el 77% de los consultados cree que el resultado del campeonato va a influir en el humor de la gente. Un 32% cree que pesará en la decisión de los votantes de las elecciones presidenciales del próximo año. Y hasta un 13% creerá que lo que le suceda a la selección en Qatar va a ser determinante de la disputa del año que viene. Otro sondeo de Giacobbe Consultores indica que el 20% de los encuestados cree que, si la selección de Scaloni gana el Mundial, el peronismo en el gobierno recibirá más votos. Y un 6,2% admite que el resultado del equipo argentino va a influir en su voto.
Pan y circo, política y fútbol, cada vez más enredados desde Doha a Buenos Aires, dando varias vueltas por el planeta.
Gustavo Sierra Infobae)