Rosario Murillo: La Vicepresidente de Nicaragua entre la locura y lo diabólico

Rosario Murillo es una déspota armada con una visión estética del poder que no reconoce más límites que su imaginación y la de los recursos de un país pobre como Nicaragua –favorecido con el petróleo venezolano. Y cuando la imaginación se desprende de la realidad, como sucede con Murillo, la esteta política, convertida ahora en una amenaza, termina construyendo un infierno disfrazado de paraíso con la esperanza de que la fantasía de una teatralidad montada hoy sobre cientos de cadáveres y presos políticos, pueda triunfar sobre la realidad y crear la ilusión de una Nicaragua “Socialista, Solidaria y Cristiana” –como caracterizan los Ortega-Murillo su proyecto político. “Vamos con todo”, fue la frase que, de acuerdo a algunos testigos, utilizó Rosario Murillo, la esposa del presidente de Nicaragua Daniel Ortega y vicepresidenta del país, para autorizar la violencia de las fuerzas paramilitares que en abril del 2018 aplastaron las protestas ciudadanas contra el autoritarismo y la corrupción del gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Más de doscientas personas –jóvenes en su mayoría– perecieron en este baño de sangre. Después de la matanza, la persecución contra los críticos del gobierno sacudió al país: todos los candidatos presidenciales que constituían un peligro para la re-elección de los Ortega-Murillo en el 2022 fueron encarcelados; los periódicos y medios de comunicación independientes del gobierno fueron cerrados y sus dueños encarcelados o forzados a abandonar el país; las universidades fueron sometidas a fuertes presiones o puestas directamente bajo el control del gobierno; más de 800 organizaciones no gubernamentales han sido despojadas de su personería jurídica con lo que la frágil sociedad civil del país quedó desmantelada.

Viéndola ataviada con sus acostumbrados vestidos multi-colores, sus manos colmadas de anillos –no menos de dos en cada uno de sus dedos– y sus brazos cubiertos de pulseras de piedras curativas seleccionadas para neutralizar males de diversa naturaleza, resulta difícil asociar a esta mujer de figura frágil y delicada voz, con la barbarie del 2018. No obstante, los que la conocen personalmente hablan de la imperiosa personalidad e intensa sed de poder que ha caracterizado siempre a esta poeta, ex-discípula del controvertido gurú Sathya Sai Baba, y hoy practicante de un cristianismo pagano.

Podemos hablar de la estética de Rosario Murillo como barroca y señalar que el discurso redundante de la vicepresidenta y el uso aparatoso que hace de adornos, símbolos y artefactos, puede verse como un esfuerzo para disimular el abismo que separa la imagen que los Ortega Murillo tratan de proyectar como gobernantes progresistas y honestos, de la palpable realidad de su crueldad, despotismo, corrupción y criminalidad. La estética barroca de Rosario Murillo también puede interpretarse como un impulso inconsciente para combatir el miedo a “la maldición del oprimido” –de la que nos habla el islam para advertirnos que el mal que hacemos a otros, puede revertirse con creces contra nosotros mismos.

Más aún, esta estética también puede ser la expresión del deseo de superar los desgarres emocionales y los vacíos existenciales que han marcado la vida de la vicepresidenta. Basta mencionar, como un ejemplo dramático, la acusación de abuso sexual y violación de su hija Zoilamérica Narváez contra su padrastro Daniel Ortega en 1998. En su acusación, Zoilamérica señaló que ella sufrió estos atropellos desde la edad de diez años; y que su madre, Rosario Murillo, sabía lo que ocurría, interpelaba a Daniel Ortega por su perversión, pero nada más.