El mundial se disputará a espaldas de las denuncias de corrupción, explotación laboral, financiación del terrorismo y discriminación sexual y gracias a la fortuna que genera el gas licuado que exporta este pequeño país. Quién es la poderosa mujer que opera como su embajadora “más amable”.
Cuando la corona qatarí tiene que mostrar su mejor cara y tratar de desmentir las innumerables acusaciones de corrupción, violaciones a los derechos humanos y apoyo financiero a grupos terroristas, sacan a Sheikha Mozah al ruedo. La veremos, probablemente, en el estadio Al Bayt de Khor, donde se realice la ceremonia de apertura del mundial y el primer partido, más allá que el fútbol le interesa tanto como la física quántica.
Su gran pasión son las propiedades. En 2014 se compró en la exclusiva Cornwall Terrace, con vista al Regent´s Park, tres mansiones que las convirtió en un palacio de 10.000 metros cuadrados y es donde vive regularmente desde que su marido le entregó el trono a su hijo favorito. Y no es sólo esta propiedad, considerada la más cara de Londres después de los palacios reales, sino otros símbolos de esa ciudad, que nos muestran el poder real de los qataríes mucho más allá de sus pequeñas fronteras.
Los multimillonarios gobernantes de Qatar son los propietarios de la torre Shard, Harrods, la villa olímpica, el edificio de la embajada de EE.UU. en Grosvenor Square, una porción del mercado de Camden, la mitad del bloque de apartamentos más caro del mundo en One Hyde Park y el terreno donde entrena el Chelsea, por no mencionar el 8% de la Bolsa de Londres, una parte similar de Barclays y una cuarta parte de los hipermercados Sainsbury’s. Unos 50.000 millones de dólares invertidos allí.
En el Golfo Pérsico dicen que son “la familia más problemática del barrio”, a pesar de que tienen una casa muy pequeña comparada con algunos de sus vecinos. Por siglos se vio a Qatar como “una provincia de Arabia Saudita”, una pequeña península de 11.000 metros cuadrados, controlada por la tribu de Al-Thani. Fue desde siempre, un puerto de comercio de las caravanas y los mercaderes que iban y venían de China e India. Su centro de crianza de caballos y camellos era famoso en todo Medio Oriente.
La gran fortuna de Qatar proviene del gas que hay bajo su suelo. Tiene unas reservas extraordinarias de 25 billones de metros cúbicos. Desde 2012 es el mayor exportador del mundo de gas licuado que se comprime y enfría a 160 grados bajo cero para ser transportado por barcos a todo el mundo. La invasión de Rusia a Ucrania y las posteriores sanciones a las exportaciones de ese fluido, hicieron a Qatar aún más rico con precios récord que alcanzaron los 25 dólares por millón de unidades térmicas. El pequeño país tiene un PBI de 180.000 mil millones de dólares, lo que equivale a más de 60.000 dólares por año para cada qatarí.
En realidad, los nacidos en el reino son apenas 886.000 personas, que gozan de todos los derechos y mantienen un altísimo nivel de vida. Los restantes dos millones de habitantes, son inmigrantes que escaparon de la pobreza extrema en Bangladesh, India, Nepal, etc. La mayoría de esta gente continúa viviendo vidas miserables entre la ampulosidad de las torres de cristal que hacen de Doha, la mayor urbe donde vive el 80% de la población, una ciudad Disney. Aunque lo peor llegó después, cuando Qatar tuvo que construir todos los estadios y la estructura necesaria para un evento de este tipo. Invirtió unos 220.000 millones de dólares, el mundial más caro de la historia, mientras explotó a los trabajadores.
Se registraron jornadas de 12 horas, sin días de descanso durante semanas o incluso meses. Murieron unos 40 trabajadores por estos maltratos y otros 50 sufrieron graves heridas. Otros informes hablan de 36.000 damnificados.
En todo este contexto, el pago de un soborno de 880 millones de dólares a la FIFA para quedarse con el mundial, es apenas una pequeña inversión. Lo hicieron con pagos a través de los derechos televisivos y el reparto de, al menos, un millón de dólares por cada uno de los votos que recibió de los representantes de las federaciones de fútbol. En ese sentido, el documental de Netflix, “FIFA Uncovered”, es brutal y definitivo sobre lo que ocurrió en Suiza en 2013.