Los microplásticos se han convertido en uno de los mayores retos medioambientales del siglo XXI. Han aumentado a un ritmo vertiginoso y su acumulación ha llegado a tal punto que se pueden encontrar en grandes cantidades en casi cualquier rincón del planeta. El impacto en los distintos ecosistemas es indudable pero, ¿cómo afectan a la salud?
La investigación médica en este ámbito está en sus inicios y aún no es posible achacar patologías concretas a la exposición a microplásticos. Sin embargo, hay motivos de sobra para creer que pasan factura generando o agravando patologías humanas. Se ha podido constatar que los inhalamos e ingerimos y hay un número creciente de estudios en marcha destinados a clarificar su repercusión en la salud pública.
Los Microplásticos son un grupo de materiales sintéticos hechos de polímeros derivados del petróleo o de base biológica. Son partículas sólidas de tamaño inferior a 5 mm, no son solubles en agua y tienen una capacidad de degradación muy baja. Pueden tener dos tipos fundamentales de origen:
- Primario: el microplástico es producido tal cual. Por ejemplo, en forma de microesferas en el sector cosmético (para cremas exfoliantes, pasta de dientes…) o como materia prima para la producción de otros plásticos.
- Secundario: los que se generar a partir de plásticos o fibras de mayor tamaño. Entre otros, pueden proceder de la fragmentación de materiales por agentes externos como las radiaciones ultravioletas o la fuerza mecánica que ejercen las olas del mar. También pueden formarse por la degradación de neumáticos.
- Microplásticos que ingerimos e inhalamos
- Ropa, campos deportivos artificiales, objetos de un solo uso (como pajitas o vasos)… las fuentes de las que surgen los microplásticos son múltiples. Hoy en dia se calcula que se generan 300 millones de toneladas de plastico al año, pero la tendencia de crecimiento exponencial ha llevado a estimar que en 2050 se alcanzarán los 1.000 millones de toneladas anuales.
- Dada esa abundancia y ubicuidad, no es de extrañar que nuestra exposición a los microplásticos pueda calificarse de mil maneras, pero no como anecdótica. De hecho, se encuentran en diversos alimentos que consumimos, como la cerveza la miel o la sal de mesa, pescados como las sardinas las anchos o los mariscos.
La presencia en heces de estos compuestos, constatada en algún estudio científico, es una buena prueba de que los ingerimos. Una de las principales razones de que acaben formando parte de nuestro menú es que solo se recicla una ínfima parte de los plásticos y la gran mayoría terminan en vertederos y en el medio ambiente, donde se disgregan en micropartículas que contaminan las aguas y el aire, dañan la fauna marina y, en última instancia, son ingeridas por los seres que se encuentran al final de la cadena trófica, es decir, los humanos.
Un análisis publicado el año pasado en la revista Environmental Science and Technology, elaborado a partir de los datos de 26 estudios realizados con población estadounidense, cifró la ingestión anual de microplásticos en entre 39.000 y 52.000 partículas por persona. Esta estimación se elevaría a entre 74.00 y 121.000 cuando se incluye también la vía inhalada y habría que sumar 90.000 partículas en los individuos que beben agua embotellada, frente a solo 4.000 más en quienes consumen agua del grifo. Los autores de este trabajo advierten de que estas cifras están sujetas a posibles variaciones, pero consideran que lo más probable es que estén infraestimadas.
Además, hay que tener en cuenta los aditivos que lleva cada uno de ellos”. Estudiarlos resulta muy complejo porque actúan de distintas maneras. “Todos duran mucho y se rompen en trozos que, cuanto más pequeños sean, peores efectos tendrán en el ambiente y en la salud”, resume.
Los microplásticos más pequeños son capaces de permanecer más tiempo en suspensión, viajan más fácilmente por el aire y es más probable que sean inhalados y lleguen al interior de los pulmones, que actuarían como puerta de entrada al interior del organismo.