La generación jóvenes activistas del cambio climático afirma que los gobernantes hablan demasiado, no escuchan suficiente y actúan aún menos. Y están hartos. “En lugar de hablar de cómo solucionar la crisis climática, pareciera que se está negociando como pues a seguir contaminando, pero tratando de hacer algunas compensaciones”, dijo Mitzy Violeta, una activista indígena de 23 años de México. “Yo creo que hay cada vez más los movimientos juveniles nos damos cuenta de que la que la esperanza, que la solución no va a estar en los espacios internacionales” como la cumbre se celebra estos días en Egipto. “Nos molesta la falta de acciones”, dijo Jasmine Wynn, de 18 años y miembro del grupo ambientalista Treeage.
Los jóvenes, a los que les esperan décadas de clima más cálido y extremo, ven ante ellos un futuro que produce frustración y ansiedad, según más de 130 activistas entrevistados por The Associated Press. La mayoría de ellos dijeron creer que sus huelgas y protestas son efectivas. Pero últimamente, un puñado de activistas ha ido más allá de faltar a clase para atacar obras de arte o depósitos de combustibles fósiles y neumáticos en acciones muy publicitadas. Expertos y patrocinadores esperan que esas acciones más visibles vayan en aumento.
“Harán todo lo no violento que sea necesario. Están motivados”, dijo Margaret Klein Salamon, psicóloga clínica y directora del Climate Emergency Fund, que presta apoyo financiero a algunas de las protestas más sonoras. “Son muy apasionados. Parte de eso viene de la juventud, desde luego. Pero se ve potenciado por la realidad, por tener una especie de choque con la verdad”. En una protesta más tradicional en la ciudad de Nueva York el pasado septiembre, Truly Hort, de 14 años, dijo que tiene miedo del futuro. “Siempre he tenido todos estos sueños, y ahora es como «Dios, no puedo hacer eso”.
El problema, señaló, es que los líderes hablan sobre lo que esperan hacer “pero no hay mucha gente tomando medidas». En la misma protesta, Lucia Dec-Prat, de 16 años, también mencionó la ansiedad. “Una cosa es es preocuparse por el futuro y otra distinta es salir y hacer algo al respecto”, dijo. Pero las protestas sólo llegan hasta cierto punto, dijo Dec-Prat. “Sinceramente creo que los adultos no escuchan”.
Aunque muchos activistas jóvenes no sienten que se les esté escuchando, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, les reconoció el mérito de instar a los negociadores a hacer más. La científica de la Universidad de Maryland Dana Fisher, que estudia el movimiento ecologista y a los jóvenes activistas, recordó que han declarado ante el Congreso de Estados Unidos y hablado ante Naciones Unidas y en cumbres climáticas anteriores.
“Los jóvenes han tenido mucho más que decir que en cualquier otro momento de mi vida adulta”, dijo Fisher. “Creo que muchos de ellos sentían que como fueron invitados y recibieron esas oportunidades, eso significaba que todo el mundo iba a dar un giro y cambiar su política”. Y eso no es lo que ocurre, explicó, lo que les frustra.
La esperanza sólo llega hasta cierto punto. “Cada vez más gente va a estar molesta y frustrada y dispuesta a emprender acciones más agresivas”, dijo Fisher, de la Universidad de Maryland. “Y el problema es que en algún momento, eso puede volverse violento”. Las nuevas tácticas, como arrojar sopa o puré de patatas a obras artísticas famosas -que tienen cristales que las protegen del daño- nacen de la frustración, dijo Klein Salamon, de Climate Emergency Fund. “Lo hemos intentado todo. Marchas y campañas de presión, escribir cartas, hacer llamadas”, dijo Klein Salamon. “Simplemente no estamos donde deberíamos”.