Cuando Musk adquirió la plataforma de redes sociales en octubre, la persona a veces más rica del mundo declaró que no lo hacía para ganar dinero, sino para «intentar ayudar a la humanidad». Estaba decidido a mejorar Twitter, señaló, porque era «importante para el futuro de la civilización disponer de una plaza pública digital común, donde una amplia gama de creencias puedan debatirse sanamente».
Si Elon Musk tiene razón al afirmar que Twitter es crucial para el futuro de la civilización, las cosas se vislumbran sombrías para todos nosotros. Aumentan las interrupciones de su servicio, caen los ingresos publicitarios y la empresa, que hace cuatro meses contaba con 7.500 empleados, ahora solo tiene 2.000, tras una nueva ronda de recortes de personal.
Últimamente no hemos visto a Musk participar en muchos debates serios (sanos o no), aunque sí lo hemos visto publicar un montón de memes de tercera y compartir sus propios chistes malos. También me pregunto si alguien de quien se dice que ha conseguido que 80 ingenieros ajusten el algoritmo para que sus tuits sean más visibles que los del presidente de EEUU es realmente la persona que conseguirá salvar Twitter y (según él) al resto de nosotros.
Pero en los cuatro meses transcurridos desde que adquirió la empresa, indudablemente, Twitter ha dado la sensación de haber empeorado. No es tanto, al menos para mí, que el contenido se haya vuelto más ofensivo, o más agresivo, o más falso. Ni siquiera se trata de los problemas técnicos habituales, como la cronología incorrecta que muchos usuarios se encontraron el miércoles. Más bien, de alguna manera parece un sitio menos emocionante de lo que solía ser; se siente un poco … aburrido.
Twitter se está convirtiendo en un producto menos interesante. Aparte de todos los problemas técnicos, los errores y las interrupciones de su servicio, la experiencia de usuario de Twitter ha empeorado notablemente. La pestaña «Para ti» seleccionada algorítmicamente que Musk lanzó en enero se parece más a otras plataformas de redes sociales: muchas fotos, videos y otros contenidos virales que pueden ser adictivos, pero también carentes de contenido. Para eso ya tenemos Instagram.
Twitter también ha dejado de permitir que aplicaciones de terceros (que han sido parte integral de la experiencia del usuario y del propio desarrollo de Twitter) accedan libremente a sus datos, lo que significa que la mayoría de estas aplicaciones han desaparecido.
Jemima Kelly es columnista del Financial Times sobre un amplio rango de temas incluyendo las guerras culturales y criptomonedas y también es anfitriona de podcasts. Anteriormente escribía para el blog financiero del Financial Times, Alphaville. Antes de unirse al Financial Times fue reportera de Reuters.
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