La aparición de Javier Milei y su propuesta revolucionaria de volver a la Constitución fue un hecho que probablemente hace algunos años nadie esperaría. Por supuesto que sería infantil pensar que en Argentina de repente el 57% de los votantes se volvieron “libertarios”. Es más razonable pensar que los ciudadanos, ya hartos de un siglo de estatismo, autoritarismo y demagogia, identificaron un candidato que proponía totalmente lo contrario. Entonces, ocurrió lo inesperado: a través del propio proceso electoral, la mayoría de la gente eludió los condicionamientos impuestos por el sistema para votar populistas, y manifestó su repudio a la “casta” votando por Milei.
Sin embargo, la elección de Milei, en todo caso, no es la solución, sino el inicio de un largo camino hacia la solución. Consciente de que la dirección de los acontecimientos debía ser rectificada de inmediato, porque el país se halla al borde de una crisis económica de proporciones no vistas, el nuevo presidente optó por plantear todo su plan de reformas de una vez, a diez días de iniciado su gobierno, a través de dos normas: un decreto de necesidad y urgencia para tomar decisiones inmediatas que no podrían esperar a que el Congreso las sancione como ley, y un proyecto de ley para todas aquellas otras reformas en áreas que están vedadas completamente para los decretos de ese tipo. Al mismo tiempo convocó a sesiones extraordinarias para que el Congreso trate todo el conjunto de medidas.
Frente a esta jugada, que al mismo tiempo ha sido lógica y estratégica, hoy el Congreso tiene en sus manos la llave para permitir que se dé un giro a cien años de destrucción, de la mano de la Constitución Nacional, o para terminar de enterrar definitivamente al país.
En el seno del Congreso se escucharon todo tipo de voces. Desde los eternos defensores de un populismo destructor, oponiéndose con gritos y sin argumentos (incluso algunos echándole en cara a Milei que los estaba “obligando a leer” normas larguísimas); a los que han llegado a sus bancas ocupando algún lugar en largas listas, y que por lo tanto no están en condiciones de dar ninguna opinión seria, por sí o por no, sobre temas que desconocen completamente; hasta los que se están tomando en serio su papel, y advierten la gravedad de la situación.
Milei llegó al gobierno sin apoyo significativo en ninguna de las Cámaras del Congreso. Debe negociar cada norma, y confiar en la madurez de al menos los legisladores opositores necesarios para que sean sancionadas.
Los últimos días han sido, del algún modo, esperanzadores. Lógicamente, un paquete de medidas que van desde la reforma del Estado, las privatizaciones, la desregulación en todas las áreas, reformas laborales, tributarias, etc., hasta la reforma del propio sistema electoral, siempre concitarán opiniones encontradas. Y lo que se ve hoy en la Cámara de Diputados, si bien es lo que siempre se debería esperar, llama la atención positivamente: diputados estudiando seriamente los temas vinculados con la reforma, aceptando la dirección en general de las modificaciones propuestas, pero señalando puntos de discordancia; y un Poder Ejecutivo que recibe las críticas y se dispone a efectuar las modificaciones acordes.
Varios temas seguramente no serán aprobados. Por ejemplo, la reforma electoral, que tampoco es urgente pues las próximas elecciones nacionales serán dentro de año y medio, se deja para más adelante; también se han suprimido algunas privatizaciones o desregulaciones puntuales, y probablemente a ello se agreguen otros temas para dejar fuera de estas normas. Pero parece haber consenso sobre la dirección general de la reforma.
Si esto ocurre, probablemente en el segundo mes de su gobierno Milei logre una reforma legislativa como nunca ha ocurrido en el país. Y para quienes temen por el abuso de poder, es bueno recordar que en general se trata de modificaciones destinadas a devolver la supremacía de los derechos individuales de las personas, y limitar el poder del propio gobierno; esto es, para que vuelva a regir la Constitución Nacional, que ha sido sistemáticamente violada durante el último siglo.
El Congreso tiene en sus manos el arma cargada con la bala de plata que puede herir de muerte al monstruo del colectivismo que destruyó un país que estaba llamado a estar entre los más importantes del mundo. Muchos legisladores, a pesar de militar en partidos opositores al gobierno, e incluso haber padecido la verborragia del Presidente durante la campaña, parecen entender lo crítico del momento. Ojalá actúen en consecuencia. Los próximos días serán cruciales para ver si finalmente el país inicia la senda hacia la racionalidad, o si se estrella en el duro muro del colectivismo al que se acerca velozmente.
(Fuente PanamPost)