Hay artistas que logran que una imagen se convierte en icónica. ¿Cómo debe vestirse (o disfrazarse) quién quera imitar o emular al frontman de Queen? Las opciones son innumerables. ¿El jean celeste claro y la musculosa del Live Aid? ¿O la campera de cuero amarilla con el traje blanco con largas tiras laterales de varios colores con las botitas de boxeador? ¿O con ajustados pantalones blancos y una suntuosa capa de terciopelo? ¿O tal vez con ese vestuario con reminiscencias bondage de fines de los setenta, principios de los ochenta, con mínimos pantalones negros de cuero, con el torso desnudo y tiradores? ¿O tal vez con el catsuit de lycra negro con un escote que llegaba hasta el ombligo? Decenas de looks. Ninguno para pasar inadvertido. Originales, estentóreos, inolvidables, recordándonos siempre que él era una estrella y que todo se trataba de un show, un gran show.
Uno de las cumbres de sus presentaciones en vivo fue la ya célebre presentación de 1985 en el Live Aid. Poco más de un cuarto de hora que subyugó y terminó de cimentar el mito. 16 horas. Dos estadios. Más de 50 súper estrellas del rock. 1.500 millones de espectadores. Cientos de millones de dólares de recaudación. Más de 150 países conectados. 16 horas de televisación ininterrumpida.Un músico alcanza la canonización. Sobresale en esa aglomeración de talentos. Es Freddie Mercury.
A fines de los ochenta el deterioro físico de Mercury era evidente. Perdía peso y energías y sus apariciones públicas eran cada vez más escasas. Los rumores sobre la salud de Freddie se amontonaban en los diarios. En agosto de 1991, mientras los periodistas buscaban que alguna enfermera les diera información sobre la salud de Mercury, se les pasó una noticia que hubiera ocupado la primera plana de los diarios sensacionalistas por varios días. Paul Prenter había fallecido como consecuencia del SIDA. Solo, abandonado, sin dinero y sin siquiera conseguir la atención final de la prensa que buscó con denuedo.
El 23 de noviembre de 1991, el agente de prensa de Freddie Mercury dio a conocer un escueto comunicado que confirmaba los rumores y los peores temores de los fans: “En virtud de las enorme atención que la prensa ha brindado al asunto en las últimas dos semanas, deseo confirmar que he dado positivo de HIV y que por lo tanto padezco de SIDA. Creía adecuado mantener en secreto esta situación hasta la fecha para conseguir la tranquilidad de quienes me rodean. Pero llegó el momento para que mis amigos y fans de todo el mundo conozcan la verdad y junto a los doctores me ayuden en la batalla contra esta terrible enfermedad”.
No hubo demasiado tiempo para conmociones. Era otra época y las noticias corrían más lento. Al día siguiente, el 24 de noviembre de 1991, Freddie Mercury moría en su mansión.