“Ya está”. Lionel Messi mira al rinconcito del estadio Lusail en el que están su compañera, sus tres hijos y la autora intelectual y material de las milanesas que no se compran con plata, y con la boca y con los ojos hechos sonrisa les dice que la espera acaba de terminar.
Sacude los brazos en el aire con el mismo gesto que hacen los humanos comunes y corrientes para avisarles a sus hijos que es hora de salir del mar porque es tarde y hay que volver a casa y que hacen las maestras para decretar el final de los recreos, pero lo que avisa Messi es que la historia del fútbol acaba de partirse en dos: hace un ratito y varias taquicardias atrás, Messi era el mejor jugador del mundo pero eso no le había alcanzado para ganar un Mundial; ahora Messi es el mejor jugador del mundo y ganó un Mundial y lo ganó para siempre. “Ya está”, les dice a los que saben cuánto pesan sus alegrías, sus tristezas y el insomnio que el capitán argentino sufrió durante un año después de perder la Final contra Alemania en Brasil 2014.
“Ya está” es lo primero que dice Lionel apenas Gonzalo Montiel patea a su izquierda y Lloris, el arquero francés que no atajó ningún penal de los nuestros, se tira para el otro lado, y entonces Argentina gana un Mundial después de 36 años y Messi gana un Mundial después de no ganar los cuatro anteriores. Lo dice con el cuerpo, no hace falta abrir la boca: ¿qué son esas rodillas dejándose caer por fin sobre el pasto del Lusail, como si dijeran “qué alegría y qué alivio, hermano”, si no son una manera de decir “ya está”? ¿Cómo iba a hacer Messi para empezar a decirnos “ya está” si no era con las piernas, el idioma en el que nos habla hace cinco Copas del Mundo?
Messi hace todo eso aunque vamos a saberlo después. Vamos a saberlo cuando aparezcan los videos y las fotos del instante en el que el cuarto penal argentino de la Final más hermosa e inaguantable de la historia de las Finales del Mundo se mete en el arco francés y nos borda la tercera estrella en el pecho, del lado del corazón. Vamos a saberlo cuando veamos cómo Leandro Paredes, que primero sale corriendo hacia el arco, enseguida se da vuelta y se abraza al capitán arrodillado, y sobre ellos dos empieza a construirse una montaña. O mejor un volcán. Activo.
Vamos a mirarle los labios a Messi para decodificar el “ya está” una y mil veces, en la tele, en Instagram, en los compilados que publican los medios argentinos y los del mundo. Pero todavía no, ahora no podemos.
Ahora, mientras descubrimos que ser felices era esto, seguimos sin entender por dónde hizo pasar Messi el pase que le dio a Nahuel Molina para que pusiera el 1 a 0 contra Países Bajos. Debe ser ese misterio tan parecido a la magia lo que hace que esta alegría sea irrompible.
Ahora, que casi nos morimos, estamos vivísimos y a punto de salir a la calle porque lo que nos pasa no entra en nuestras casas. En la tele, el mejor jugador de fútbol del planeta sonríe y dice con las piernas, con los brazos y con la boca que ya está. La espera acaba de terminar. La fiesta recién empieza.
El siguiente artículo es parte del contenido del libro El camino de los héroes, que recorre el Mundial de Qatar a través de crónicas y fotos y que puede descargarse gratis en Bajalibros.