No sabemos si los productores de Leyendas de pasión leyeron a Platón pero sin duda tenían muy claro el concepto de belleza cuando convocaron a Brad Pitt para meterse en la piel de Tristan. Filmar la película no fue una idea que surgió “de un día para otro” ni un proyecto hecho a las apuradas. En 1979 el escritor Jim Harrison publicó la novelaLegends of the Fall, al leerla Edward Zwick director, guionista y productor estadounidense pensó que sería una maravillosa historia para adaptar a la pantalla grande. Ningún estudio se entusiasmó con su entusiasmo. Recién en 1993 y luego que Zwick mostrara su talento dirigiendo ese épico relato sobre la Guerra de Secesión.
Leyendas de pasión parecía tener todo para captar al público de los 90 sobre todo al femenino. Un melodrama auténtico, con violencia, enfrentamientos, sentimientos exaltados y escasa profundización en los personajes o giros en el guion. Una de esas historias pensadas para pasar un buen momento y que aunque no son inolvidables logran que por un rato nos olvidemos de facturas impagas, problemas con el tráfico y si nos vamos o no de vacaciones.
Como se trataba de un melodrama y no una película de acción con tiros y mucha testosterona se pensó que los indicados para protagonizarla eran Tom Cruise y Sean Connery, pero ambos rechazaron la propuesta. El siguiente para ocupar el rol de Tristan fue Johnny Deep pero estaba embarcado en otros proyectos. Así fue que se lo ofrecieron a Brad Pitt.
Consciente de sus dotes como actor pero también de su pinta innegable, Pitt aceptó lucir su melena al viento, pero no solo eso. Son llamativas la cantidad de escenas al servicio de su belleza. Cabalga sin camiseta y siempre cuando la brisa favorece más su melena; cuando doma una yegua, lejos de aparecer como un tipo sudoroso su imagen proyecta una sensualidad descarada, los primeros planos de su rostro están pensados para contemplarlo más que en función de la trama.
A la película se le destinaron 30 millones de dólares de presupuesto. Aunque la historia transcurría en Montana decidieron rodarla en Alberta, en Canadá. Los paisajes canadienses lograron transmitir esa mezcla de naturaleza virgen, indómita y fascinante que requería la historia. La fotografía fue tan buena que su director John Toll se llevaría el Oscar en ese rubro.
La película sí lanzó a la megafama a Brad Pitt que desde entonces habita el Olimpo de los dioses humanos hollywoodenses. Distinto pero no menos interesante fue el camino de Ormond. Después de Leyendas filmó El primer caballero con Sean Connery y Richard Gere y luego Sabrina con Harrison Ford. Sin embargo, su estrella se fue diluyendo, tanto que los que la descubrimos como Marie Calvet, la antipática suegra de Don Draper en Mad Men tuvimos que chequear si era o no era ella.
Una de las frases de la película aseguraba que “algunas personas oyen su voz interior y viven solo de lo que escuchan. Esas personas se vuelven locas o se convierten en leyenda.”. Ya sea convertido en superestrella de Hollywood como Pitt o en mujer comprometida como Ormond, no se puede negar que ambos escucharon su voz interior. Queda a criterio del lector considerarlos leyendas o no.