Aunque suene paradójico, para que el país tenga una oportunidad el año próximo, la principal coalición opositora al kirchnerismo tiene que fracturarse y desaparecer. Por estas horas, la coalición opositora al kirchnerismo atraviesa sus momentos más complicados. El enfrentamiento entre Patricia Bullrich y el jefe de Gabinete de Horacio Rodríguez Larreta abre nuevamente la pregunta sobre la eventual ruptura de Juntos por el Cambio. El intendente porteño asegura que el frente se mantendrá unido y la exministra de Seguridad le pide que debata con ella, y que no mande a sus “soldaditos” a dar la batalla por la interna.
Sin embargo, aunque se haya manifestado esta cuestión en el marco del debate vinculado a las ambiciones presidenciales por el espacio en las próximas elecciones, la coalición socialdemócrata tiene problemas más importantes. Aunque ha sido todo un mérito mantener la unidad desde 2015, un hecho histórico para la política argentina, hay que reconocer que la diversidad ideológica del espacio es en gran parte la responsable del fracaso en lo económico de la presidencia de Mauricio Macri.
A pesar de lo evidente de lo sucedido en el anterior proceso presidencial (el mismo exmandatario reconoció que sus aliados no lo dejaron avanzar en la agenda que le hubiese gustado), la problemática ideológica conceptual de la Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica se evidencia ya desde la crisis de 2001. Cuando el radicalismo gobernaba con la Alianza de Fernando de la Rúa, que tenía las mismas contradicciones de Cambiemos, los primeros que empezaron a detonar el propio espacio fueron los mismos funcionarios de gobierno. Mucho antes del golpe que dio el peronismo (y la UCR bonaerense) a finales de aquel año. Cuando Ricardo López Murphy tuvo que dejar el ministerio de Defensa para agarrar el hierro caliente de la cartera económica, no fue la oposición la que pateó el tablero. En aquel entonces, se encargaron de esa movida los mismos socialdemócratas de la coalición que le quitaron el respaldo al plan que pudo haber evitado la tragedia del kirchnerismo.
El momento actual del oficialismo, que fracasó estrepitosamente en este turno, sería la oportunidad ideal para un reordenamiento conceptual de la política argentina. Probablemente, si se quiebra Juntos por el Cambio, y aparece una nueva coalición que proponga las reformas necesarias, también podría partirse el peronismo. Mientras que se mantenga este decadente bipartidismo, o “bi-frentismo” (que parece que Milei está a punto de romper), el justicialismo tradicional tiene los incentivos de pertenencia junto al kirchnerismo, al que por lo bajo detesta.
Si 2023 pudiera ofrecer en el menú electoral un frente reformista, con las propuestas liberales de retornar a la senda de la Constitución, otro socialdemócrata, el espacio kirchnerista y el peronismo tradicional, la situación estaría más clara. Dentro de esos espacios, con PASO o sin primaria estatal, los frentes podrían (y deberían) dirimir sus internas de forma particular, como ya se ha hecho en Argentina. Desafortunadamente, la política nacional tiene vicios complicados, más allá del vedetismo y las cuestiones de ego.
Marcerlo Duclos