55 años del crimen de Martin Luther King

El 4 de abril de 1968 un hombre blanco asesinó a este luchador contra la segregación racial. Esa tarde, King dijo a aquellos hombres que si bien amaba vivir una vida larga, estaba preparado para lo que podía ocurrirle porque: “¡Mis ojos han visto la gloria de la venida del Señor!”.

Al día siguiente, a las seis y un minuto de la tarde, yacía derrumbado en el balcón que daba a la calle de su habitación 306 del Hotel Lorraine: la bala de punta blanda de un rifle Remington calibre 30.06, disparado desde muy cerca le había atravesado el mentón, destrozado la mandíbula inferior, los músculos del cuello y, finalmente, desgarrado la médula espinal.

Una hora después, a las siete y cinco de la tarde, un forense lo declaró muerto en el Hospital St. Joseph de Memphis. Debe haber sospechado que lo iban a matar. Su último discurso público es, casi, un anticipo de su muerte, un testamento dicho con la certeza perturbadora de su final inminente. Lo pronunció el 3 de abril de 1968 en Memphis, Tennessee, en aquellos Estados Unidos sacudidos y carcomidos por la discriminación racial contra la que Martin Luther King luchaba sin cuartel.

¿Quién era Martin Luther King para estar tan seguro de su muerte violenta? Un pacifista. Y un luchador contra la segregación racial, un defensor de los derechos sociales de los negros, que no tenían casi ninguno en aquellos convulsionados años 60 que prometían la luz y quedaron sumidos en la oscuridad. En Estados Unidos, la segregación racial que había tenido un clímax de violencia en los años 50, con linchamientos públicos, persecuciones y asesinatos de miembros destacados de la población negra, se había agudizado sobre todo en los años del gobierno de Kennedy que pugnaba por sancionar una ley que permitiera votar a los negros sobre todo en el Sur, el viejo territorio esclavista que había librado la Guerra de Secesión contra el Norte entre 1861 y 1865.

No hay nada que me perturbe. ¡Yo no le tengo miedo a ningún hombre! ¡Mis ojos han visto la gloria de la venida del Señor!”

Lo ovacionaron largo rato. Sus palabras son recordadas hoy como “I’ve been to the Mountaintop – Yo he estado en la cima de la montaña”. En su libro, Rosenbloom revela que ni bien terminó de hablar, King sintió que le faltaba el aire y que se le nublaba la vista. “Casi cae al suelo, cada paso le costaba mucho trabajo, tambaleaba. Estaba rendido Lo ayudaron a sentarse en una silla, en la parte trasera del estrado. Parecía desinflado. Estaba completamente agotado. Sobre el final, recurre a su propia mortalidad, habla de su temor a morir en forma violenta. Estaba aterrorizado.”

Exhausto, King se fue a su hotel, modesto y reservado solo para afroamericanos. A la mañana siguiente, junto a un grupo de pastores y ayudantes, trabajó en los detalles de la marcha sobre Memphis. En la tarde, King se bañó, y se vistió con traje y corbata porque estaba invitado a una comida esa misma noche en casa del pastor Samuel “Billy” Kyles, de Memphis. Luego, a las seis de la tarde, salió al balcón de su habitación, la 306. Entonces sonó un disparo y King cayó herido de muerte.